El Site de la Pluma
Pérez Bonalde: poeta, traductor y trotamundos
El 30 de enero de 1846 comenzó la historia de uno de los literatos más ilustres de Venezuela. Ese día nacía en la parroquia Santa Rosalía de Caracas un niño que, en vida, se convertiría en un hombre culto, cosmopolita, de letras, afamado por el lirismo de su poesía y la calidad de sus traducciones.
Han transcurrido 176 años desde entonces.
Pero si volvemos la mirada en el tiempo, nos encontraremos con una época signada por una gran inestabilidad política y social. Por aquellos años, la violencia sacude al país como consecuencia de las permanentes disputas políticas y las numerosas revueltas sociales, que a su vez inciden en la economía nacional.
En medio de este contexto turbulento (que se mantendrá hasta mediados de la década de 1860), Gregoria Pereyra y Juan Antonio Pérez-Bonalde engendran al noveno de sus vástagos, quien hereda el nombre y el apellido compuesto de su padre.
Siendo Juan Antonio Pérez-Bonalde (padre) militante del Partido Liberal, al joven Juan Antonio Pérez-Bonalde Pereyra lo crían bajo ideales liberales y civilistas en un hogar modesto. Allí comenzó a cultivarse en el futuro poeta una erudición y un amor por la lectura sin parangón. De hecho, a sus escasos doce años, el niño ya había aprendido alemán y disfrutaba leer a los poetas románticos de la época.
En 1861, vive el primero de sus exilios. Tenía 15 años de edad. Dos años antes (en 1859), había estallado en Venezuela la Guerra Federal, una larga contienda militar entre conservadores y liberales que se prolongaría hasta 1863.
Dada la naturaleza política de Juan Antonio Pérez Bonalde (padre), el ex senador y ex ministro es conminado a irse del país. Y, sin más opción que el destierro para evadir a la muerte, emigra junto a toda su familia a Puerto Rico. En la isla, se ven sin recursos y hostigados por una pobreza cada vez más mayor. Fundan entonces un plantel educativo.
En la escuela regentada por su progenitor, el adolescente Juan Antonio Pérez Bonalde desempeña el cargo de maestro. Todavía es muy joven, pero, gracias a la buena educación que ha tenido (y gracias a su continua formación), está instruido en la música, el dibujo y los idiomas. Sabe tocar el piano, es dueño de conocimientos prácticos y humanísticos, y, más pronto que tarde, también un multilingüe consumado.
En poco tiempo, llega a dominar varias lenguas foráneas tanto vivas como muertas. Estas son el inglés, el alemán, el francés, el italiano, el portugués, el griego y el latín. Su poliglotía le permite, además, leer a autores extranjeros en su idioma original, lo que continuará alimentando su vocación literaria día tras día.
Pero su estadía en Puerto Rico no se prolonga demasiado. Se trasladan a la isla de Santo Tomás, en donde el mancebo abandona las aulas para emplearse, en su lugar, como tenedor de libros.
Al cumplir la mayoría de edad, retorna junto a su familia a Caracas. Corría el año de 1864 y la Guerra Federal había llegado a su fin. Por aquel entonces, ya Pérez Bonalde (hijo) había ganado cierta fama como poeta. Entre los planes que tiene su papá, está la fundación de un colegio similar al levantado en Puerto Rico. Pero el proyecto se viene abajo cuando una angina de pecho le arrebata la vida.
Huérfano de padre, el joven Pérez Bonalde se propone entonces velar por su familia. Y se emplea en cualquier trabajo que consigue para ayudar a sostener su hogar. Así, da clases de piano, pero también interviene en política al fungir como colaborador de la prensa liberal.
Seis años después de su llegada a Venezuela, un nuevo hecho lo impele a buscar cobijo afuera. Anterior a su segundo destierro, el caudillo Antonio Guzmán Blanco accede al poder el 27 de abril de 1870. Su estilo autocrático de gobierno y su gran egotismo le valen la crítica de muchos. Entre sus detractores, figura Juan Antonio, quien compone unos versos satíricos que ridiculizan a Guzmán Blanco y que son recitados en público, en Caracas.
Tras ser identificado como su autor, le dan si acaso ochos días de plazo para abandonar el país. Y no le queda otra que marcharse. Entretanto, dejaría tras de sí la tierra que lo vio nacer, el regazo de su familia querida y a su madre enferma.
Con apenas 24 años, parte exiliado por segunda vez para radicarse en Nueva York. Corría el mes de marzo de 1870. Quince días tras su llegada, consigue trabajo como representante viajero de una empresa comercializadora de perfumes, productos medicinales y de tocador, llamada Lanman & Kemp.
A partir de entonces, gracias a su empleo como agente comercial, se convertirá en un auténtico trotamundos. Es verdad que, en ocasiones, se mantendrá sin viajar para redactar publicidad de Lanman & Kemp en diferentes idiomas, o para colaborar con el “Almanaque de Bristol” de la empresa. Pero, finalmente, llevará sus pisadas más allá, incluso, del territorio norteamericano y conocerá países ubicados en distintas partes del globo terrestre. Pérez Bonalde viajará por varios continentes. Visitará países de Europa, zonas de África, Asia y, por supuesto, de América.
Sus viajes no solo enriquecerán su cultura. También lo conectarán con intelectuales de nacionalidades diversas. Pero no nada más allí, en el desempeño de su labor, estrechará lazos de amistad. Más de una vez, coincidirá con la comunidad de literatos e hispanoamericanos establecidos en Nueva York. De hecho, gustará frecuentar las tertulias nocturnas de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en donde compartirá con sinnúmero de personalidades como el poeta cubano José Martí, el escritor venezolano Nicanor Bolet Peraza y los literatos colombianos Santiago Pérez Triana y Juan de Dios Uribe.
Pérez Bonalde continúa, entonces, siendo un muchacho ávido de mundo y de literatura. Disfruta visitar la Biblioteca Pública y deleitar a sus amigos con los relatos de sus aventuras. Además, practica esgrima y es un pianista excelente.
Su trabajo, sin duda, le permite vivir con comodidad. Entretanto, continúa engrosando su haber como poeta y traductor. Y es que, si no está escribiendo, se le puede encontrar traduciendo con maestría las obras de autores extranjeros, gracias a su dominio de la lengua y su amplia cosmovisión de la cultura.
Su felicidad, sin embargo, se opacaría al cabo de un tiempo. Establecido a tantísimos kilómetros de su tierra natal, su madre exhalaría su último aliento bastante lejos de él. No la podría abrazar ni despedirse de ella. Gregoria Pereyra moriría sin que, en vida, fuese posible ningún reencuentro.
En 1876, culmina el “Septenio”, los siete años del primer gobierno de Antonio Guzmán Blanco, el “Ilustre Americano”. Para entonces, Pérez Bonalde había alcanzado la treintena y deseaba con ansias regresar a su país.
El político y militar Francisco Linares Alcántara es quien asume las riendas de Venezuela. Pero, a pesar de haber sido aliado de Guzmán Blanco durante la Guerra Federal (y a pesar de que es gracias a él que llega al poder), poco a poco se distancia del militar caraqueño y propicia, en el país, un clima de mayor tolerancia y apertura política. El mandatario aragüeño permite, así, el retorno de los venezolanos exiliados, pero además consiente la libertad de expresión. El ejercicio libre de la prensa, por ejemplo, es de sus primeros mandatos.
Pérez Bonalde entonces regresa, con un viaje de ilusiones y anhelos contenidos en la maleta. El retorno no pudo más que generar en él un sinfín de sentimientos encontrados que inspiraron uno de sus más conocidos poemas, Vuelta a la patria.
Acompañémoslo de regreso. Nos encontramos en el mar viajando junto al bardo. El barco se abre camino entre las olas, en dirección a Puerto Cabello, cuando adivinamos una línea en lontananza.
¡Tierra!, grita en la proa el navegante
y confusa y distante,
una línea indecisa
entre brumas y ondas se divisa;
poco a poco del seno
destacándose va del horizonte,
sobre el éter sereno,
la cumbre azul de un monte;
y así como el bajel se va acercando,
va extendiéndose el cerro
y unas formas extrañas va tomando;
formas que he visto cuando
soñaba con la dicha en mi destierro.
El viento salado acaricia su rostro susurrando recuerdos. Enseguida lo invade un mundo de historias pasadas. Llegan en tropel.
Hay algo en esos rayos brilladores
que juegan por la atmósfera azulada,
que me habla de ternuras y de amores
de una dicha pasada,
y el viento al suspirar entre las cuerdas,
parece que me dice: «¿no te acuerdas?».
Pero, ¡por supuesto que se acuerda! No ha hecho otra cosa sino soñar con lo dejado años atrás cuando tuvo que partir al exilio.
¡Volad, volad, veloces,
ondas, aves y voces!
Id a la tierra en donde el alma tengo,
y decidle que vengo
a reposar, cansado caminante,
del hogar a la sombra un solo instante.
Decidle que en mi anhelo, en mi delirio
por llegar a la orilla, el pecho siente
dulcísimo martirio;
decidle, en fin, que mientras estuve ausente,
ni un día, ni un instante hela olvidado,
y llevadle este beso que os confío,
tributo adelantado
que desde el fondo de mi ser le envío.
La distancia se acorta, mientras su estela el navío alarga. Cada vez más cerca y…
¡Caracas allí está; sus techos rojos,
su blanca torre, sus azules lomas,
y sus bandas de tímidas palomas
hacen nublar de lágrimas mis ojos!
Caracas allí está; vedla tendida
a las faldas del Ávila empinado,
Odalisca rendida
a los pies del Sultán enamorado.
Mas la dicha por reencontrarse con su tierra cede el paso a la tristeza. Al recuerdo de sus primeros años, de su infancia querida, sigue la memoria de su madre. ¡Lo había olvidado! Hubo muerto en su ausencia. Huérfano de hogar, va a visitar a Gregoria en el último lugar en donde quedó a su espera.
Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo
a darte con el alma el mudo abrazo
que no te pude dar en tu agonía;
a desahogar en tu glacial regazo
la pena aguda que en el pecho tengo
y a darte cuenta de la ausencia mía.
(…)
Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,
mas suavizaba el sufrimiento impío,
la esperanza de verte
un tiempo no lejano al lado mío.
¡Ah del mortal ciego
confía su ventura a la esperanza…!
Sin decirle adiós nunca más, Juan Antonio abandona el cementerio y se va.
¿A dónde? ¡A la corriente de la vida,
a luchar con las ondas brazo a brazo
hasta caer en su mortal regazo
con el alma en paz y con la frente erguida!
Vuelta a la patria resulta un poema emotivo que da cuenta del dolor del exiliado. En él, Pérez Bonalde tejió versos honestos que todavía hoy cobran vigencia y tocan las fibras.
Pero su retorno duró poco. El presidente Francisco Linares Alcántara fallece repentinamente el 30 de noviembre de 1876, a sus 53 años. Y el caudillo Guzmán Blanco asume nuevamente el poder.
En 1877, Pérez Bonalde se marcha del país con rumbo a Nueva York. Una vez allí, se decide por reunir en un volumen los poemas que ha compuesto hasta ahora. Y lo publica bajo el nombre de Estrofas con la ayuda de José Martí.
Dos años después, se une en matrimonio con Amanda Schoonmaker, una mujer que conoce en una de sus tantas visitas a la Biblioteca Pública. Con ella tiene una hija en 1880, a la que llaman Flor.
Flor se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.
Expresaría el escritor al inicio del poema homónimo que le dedica a la criatura.
Ese mismo año, Pérez Bonalde publica Ritmos, su segunda antología poética. En ella, incorpora una de sus composiciones más alabadas: El canto al Niágara.
Durante esa época, el poeta es un hombre dichoso que ama profundamente a su primogénita. Ella es la luz de sus ojos y su amor más preciado. Pero la desgracia enturbia su vida cuando la pequeña muere tres años después.
¡Ah, cómo ciega la dicha al hombre!
¡Cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo!…
En su homenaje, compone una elegía cargada, palabra tras palabra, de un inmenso dolor del que jamás podrá recobrarse.
¡Ábrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente…, y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!
En 1884, es investido como académico correspondiente en América de la Academia Española, en Madrid. Y continuó trabajando como agente comercial, así como poeta y traductor. Pero hubo dolores dentro de él que permanecieron punzando su pecho con insistencia feroz.
Quizá, fue refugio o consuelo entregarse a la tarea de traducir obras. En medio de su aflicción, al menos pudo encontrar en las letras ajenas imagen o reflejo de su propio dolor. Si ese fue el caso, tuvo en ellas en donde verter su muy aguda sensibilidad y la melancolía que nunca más habría de dejarlo.
Su elevado entendimiento de los idiomas extranjeros y su amplia concepción cultural, además, le permitirían lograr resultados fieles respecto al texto original. Son afamadas, por ejemplo, sus traducciones de El cancionero (1885), de Heinrich Heine, y de El cuervo (1887), de Edgar Allan Poe. En ellas (y en otras tantas de otros autores que llegaría a traducir), la complejidad y belleza de las obras primigenias se conservarán intactas.
Pero finalmente su labor no logra contener todo lo que se agolpa en su fuero interno. Y Pérez Bonalde no encuentra más remedio que refugiarse en las drogas. Pronto su matrimonio con Amanda no tiene otro puerto de llegada que el divorcio. Y, muy pronto también, él mismo se descompone. Su cada vez más grande adicción a la morfina flagela de tal modo su salud que, en 1888, es internado en un sanatorio en Nueva York.
Posteriormente va a salir, un año después. En 1889 será dado de alta y retornará a Venezuela (supuestamente curado) por petición del que será investido presidente en 1890, Raimundo Andueza Palacio. El político guanareño le otorga al poeta un cargo político en Amberes, ciudad en Bélgica hacia donde Pérez Bonalde emprende rumbo. Sin embargo, estando en camino, enfrenta una nueva crisis de salud y se ve en la necesidad de regresar. Desembarca entonces en Curazao. Desde allí un nuevo navío lo regresa a su país natal.
Pérez Bonalde no vivirá sus últimos días en Caracas, sino en La Guaira, junto a una sobrina. Los médicos tenían la esperanza de que la vida en el litoral mejoraría su salud. Pero no sucedió. A una parálisis en sus piernas y a dos hemiplejias que le quitaron el habla, siguió la muerte, que le arrebató al poeta su último aliento el 4 de octubre de 1892.
Con apenas 46 años y un expediente harto repleto de aventuras y desventuras, Juan Antonio Pérez Bonalde es enterrado en Macuto. Once años después, lo trasladaron hasta el Cementerio General del Sur de Caracas y, posteriormente, en 1946, hasta el Panteón Nacional.
Hoy día resuena su nombre por ser el epónimo de una estación del Metro de Caracas, de un colegio en Ocumare del Tuy y de una plaza. Pero, de ahora en más, que nunca falte en la memoria el poeta. Uno de los más grandes, incluso en vida, de nuestro país, que conoció la pobreza, el destierro y el dolor más hondo, pero también la gran belleza y sensibilidad contenida en las letras, el lenguaje y el mundo.
Fuentes:
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Arroyo Abad, L. (2013). Inestabilidad, costo de vida y salarios reales en Venezuela en el siglo XIX. América Latina en la historia económica, 20(3), 114-137. Recuperado el 20 de enero de 2022, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-22532013000300005&lng=es&tlng=es
Carmona, C. (30 de enero de 2017). El poeta insigne Juan Antonio Pérez Bonalde nació hace 171 años. El Impulso: https://www.elimpulso.com/2017/01/30/el-poeta-insigne-juan-antonio-perez-bonalde-nacio-hace-171-anos/
Caula, S. (s.f.). Pérez Bonalde, Juan Antonio (1846-1892). La web de las biografías: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=perez-bonalde-juan-antonio
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Guerra Federal (s.f.). Historia de Venezuela: https://historiadevenezuela.org/periodos/guerra-federal/
Juan Antonio Pérez-Bonalde Pereira (s.f.). Venezuela Tuya: https://www.venezuelatuya.com/biografias/perez_bonalde.htm
Juan Antonio Pérez Bonalde (s.f.). EcuRed: https://www.ecured.cu/Juan_Antonio_P%C3%A9rez_Bonalde
Nissnick, M. (01 de octubre de 2021). Pérez Bonalde: Más que una estación de Metro. La Guía de Caracas: http://laguiadecaracas.net/40963/perez-bonalde-mas-que-una-estacion-de-metro/
Zarandona, J. (s.f.). Traductores hispanoamericanos. Juan Antonio Pérez Bonalde (Caracas 1846 – La Guaira, Venezuela, 1892). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/portales/traducciones_hispanoamericanas/traductores/
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